Salón Nacional 2011 Nuevos soportes e instalaciones







Pequeño altar fetichista para un joven coleccionista


“El arte aporta dos atributos mucho más importantes que el dinero en una sociedad donde las instituciones, las jerarquías, los apellidos y hasta los títulos académicos han perdido su peso específico: aporta prestigio y exclusividad.

Ser coleccionista de arte es formar parte del club más VIP del planeta. Son los elegidos que vuelan en jet privado y son recibidos con alfombra roja.”

(fragmento de “El arte ya es pasión de multitudes”,

publicado el 5 de enero en La Nación)


Una instalación que surge como cuestionamiento a la visión que reduce al arte a un mero objeto fetichista.

Basada en un rincón de mi casa dedicado a trabajos de artistas que me interesan, donde dialogan obras de emergentes como Elena Dahn, Ana Clara Soler, Jazmín Berakha, Tamara Villoslada; con otros artistas de trayectoria ( Pablo Ziccarello, Marta Minujín, Hernán Marina, Fabiana Barreda…)

Dejando que el deseo sea la principal pulsión a la hora de elegir, muy lejos de pretensiones coleccionistas, se formó a lo largo de pocos años una apreciada colección de obras de pequeño formato.

La instalación consta de una réplica que reproduce en escala real cada uno de los trabajos, velados por un material de gran carga sensual y fetichista: el charol negro.

Como una traducción, que se relaciona con el original pero donde sus signos comienzan a hablar de otra cosa, aparece un nuevo lenguaje con ecos y sonidos familiares, pero con otra entonación, con el acento en otro lugar.

Donde se veía una foto, un dibujo, una pintura ahora sólo se ve un objeto, un volumen que conserva la forma, en cada centímetro y ubicación, del original; lo que era blanco ahora es negro, en una relación de espejos y opuestos.

Como la piel dejada por una serpiente, la obra conserva su “cuerpo” pero nos advierte que “lo otro” (lo que importa) ya no está.

El arte como objeto, el arte como fetiche, la forma como contenido.


Un siglo antes de que Damien Hirst recaudara 200 millones de dólares en una subasta, Oscar Wilde definió al cínico como aquel que conoce el precio de todo y el valor de nada.





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