Según la terminología define que: un objeto fetiche se diferencia de otro cualquiera porque a este primero se le atribuyen propiedades mágicas derivadas de un Dios o de determinada persona.
El término Fetiche deriva del portugués feitiço: hechizo, que indica a un ídolo u objeto de culto, de ciertos pueblos primitivos. El fetichismo implica una forma de creencia y práctica religiosa en la cual se imputan atributos sobrenaturales a cuerpos animados o inanimados conocidos como “fetiches”. El hombre se protege de las fuerzas naturales a través de los fetiches, único medio del que dispone para actuar sobre los elementos que no es capaz de controlar.
En su segunda muestra individual en Bisagra Daniel Juarez recrea una trinidad siniestra entre lo doméstico, lo popular y lo privado. Nos acerca la imagen más oscura de su lugar más íntimo en negativo. Toma el cuero enmascarado en esmalte brillante y recrea su altar fetiche en vivo, lo traslada hasta la galería para hacernos partícipes de su juego perverso. Nos tienta, nos usa, nos calienta; hasta hacernos dudar de si somos o no objetos fetiches también nosotros, interviniendo su instalación.
Papá, Mamá, Río, Damien Hirst, amigos, el pasado del amor, todo eso que no puede controlar y el placer que atesora en su sagrario, brota para ser parte de esta muestra con la que Juarez nos va a azotar, acariciar.
Charoles por doquier para saciar nuestro deseo más hábil de observar su obra. Daniel Juarez, trabaja sobre sintéticos que hablan del dolor trivial, de la religión prohibida, de la más absurda manera de transitar su ser, escama por escama. Toda su técnica envuelta en ternuras y efectos personales que nos abren paso a un mundo privado al que solo ingresará quien perciba o entienda el diálogo de Juarez.