Bajo el título PJR -posible transformación de la palabra pajero en dialecto SMS- Daniel Juarez compone un diálogo entre sus últimas dos series, Ángel Rosa y Cliphunter, coqueteando sobre los límites de lo sensual, lo erótico y lo pornográfico.
Fascinado por íconos de una poderosa atracción irracional, como los de la religión o el sexo, que destapan sensaciones poco controlables y generalmente anestesiadas, como el fanatismo, la idolatría, el miedo o la adicción, Juarez afronta su propio frenesí operando sobre este repertorio de imágenes con procedimientos de una magia terapéutica: el original se transforma pero sin perder su carga; atraviesa un proceso que puede navegar de la repetición zen a la obsesión maquinal, desde la manualidad en estilo Utilísima hasta el glamour de un fashion designer.
Juarez controla el poder y la sobrecarga de estas representaciones volviéndolas maleables, puede reflexionar sobre ellas hurgando en su interior como un anatomista buscando el alma, pero sin torcer nunca un objetivo claro: potenciar la seducción de las formas y aspirar, como último destino, a la belleza.
En la serie Ángel Rosa, descuartiza fotos de revistas pornográficas en pequeños círculos y tiritas que vuelve a unir cuidadosamente, llevando esa primera imagen literal e inmediata a una composición donde el erotismo se filtra sugestivamente en formas sensuales, casi abstractas, influenciadas por la voluptuosidad visual de artistas brasileros como Ernesto Neto, país donde se formó el artista.
En Cliphunter, en cambio, toma una imagen de la pornografía digital, la descompone en píxeles y a cada uno de ellos le toma una fotografía para, luego, recomponer la imagen a partir de fragmentos monocromáticos que dispone con diversas inclinaciones, creando un rompecabezas de textura plástica, donde cada pieza conserva su identidad individual pero forma parte de un conjunto que puede percibirse a la distancia con el movimiento del espectador. De este modo, reflexiona sobre dos problemáticas: la producción de pornografía, donde día a día crece el zoom hacia los genitales y lo erótico se instala en un único punto de vista, y el traspaso de lo analógico a lo digital, modificando los tiempos y formas de consumo del porno, perdiendo su brillo y glamour.