Texto de Mariana Rodríguez Iglesias



La devoción por un objeto al que se le adjudican poderes se conoce como fetichismo. Ahora bien, ese objeto puede ser una cosa o una persona, incluso, podría tratarse de un acto. No sólo hablamos de poderes mágicos sino del más terrenal de los poderes: el de sentirse bien, pleno, feliz. Retomando, el sujeto fetichista confía su capacidad de felicidad en un elemento externo. Para éste, habrá allí poderes mágicos, mientras que el resto de nosotros, sólo veremos cosas, sujetos o actos. Es allí donde el sexo y la religión se tocan; donde la obra de Daniel Juarez se juega por completo. Fetichismo y punto de vista se nos aparecen como dos caras de una misma moneda en la obra de Juarez. Porque el “fetiche” le permite conectar los numerosos intereses en su obra y series, diversos en términos de materialidad y técnica. Es una manera de escapar a lo técnico o disciplinar como definición identitaria. Este escape corre en paralelo a la posibilidad de señalar las falencias que nos rodean a la hora de interpretar el mundo. Juarez combina su fascinación por el fetiche, cifrados en su obsesión por el sexo y la religión, con un señalamiento, a la vez repudio, de las miradas encorsetadas. Con obras como Maleflixxx nos demuestra que es necesario brindarnos a segundas miradas para recuperar el sentido de su obra. Una obra que fue producida así a partir de un ir y venir de lo digital a lo analógico, del pixel a la foto, de lo genital a lo erótico, de la culpa al placer. Juarez persigue el placer. Confiesa que disfruta enormemente el rearmado de imágenes a partir de fotos de pixeles, a pesar de lo mecánico y absurdo del trabajo. La imagen directa, la que llega desde la pantalla con toda su High Definition, no le interesa. Su labor, como artista y como consumidor, es la de complejizar el camino que va de la imagen al sentido. Sólo así le devuelve una dimensión placentera a lo que la producción industrial ha reducido a una batalla entre concavidades y convexidades. También el espectador entra en este juego de idas y vueltas, y lo hace con el cuerpo, porque para entrar en comunión con las obras de Juarez tenemos que movernos, alejarnos… si estamos cerca, somos engañados, embaucados con muy poco. Al alejarnos, aparece la escena completa, la sorpresa y por ende, el verdadero placer.


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